Irresistible by José de la Rosa

Irresistible by José de la Rosa

autor:José de la Rosa [Rosa, José de la]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-10T00:00:00+00:00


Capítulo 19

En breve anochecería y debían darse prisa, pues las calles de Whitechapel, una vez se escondía el sol, eran intransitables.

Doris se había atrevido a contarle a su señora su extraordinario descubrimiento sobre la dirección por la que le había preguntado, pero al contrario de lo que había esperado, ella simplemente asintió.

No habían vuelto a hablar de aquello hasta que milady había regresado a sus aposentos a mitad del almuerzo con sus suegros, visiblemente alterada.

—¿Me prestarías algo de ropa? —⁠le había preguntado.

Doris podría haber jurado que no la había entendido hasta que lady Roxanne le confesó su intención de viajar hasta aquel barrio inhóspito con la pretensión de visitar a su amiga, lugar al que no podía ir vestida como una dama.

Por más ruegos que imploró, su señora le quitó importancia, aunque aceptó que la acompañara siempre y cuando se condujera con cuidado.

Dicho y hecho, y cuando milady salió por la puerta de atrás de la mansión vestida de criada, como una fugitiva, no solo se encontró con Doris esperándola, sino con un joven de rostro agradable que la miró de arriba abajo con las cejas fruncidas.

—¿Estás segura de que quieres ir allí? —⁠le había preguntado.

Roxanne, extrañada, había mirado a su doncella, porque ni entendía quién era ni qué hacía allí.

—Ya te he dicho, Henry —respondió Doris por ella, con la vista clavada en su señora⁠—, que es una nueva criada y una buena amiga, y que estaremos de vuelta antes de que la noche se cierre.

Así había entendido que aquel era el joven portero de la casa vecina, el que bebía los vientos por su buena doncella, y que creía que iba a acompañar y proteger a otra muchacha del servicio y no a la dueña de la casa.

Tomaron un coche de alquiler que los dejó demasiado lejos, pues el cochero se negó a entrar en un barrio como aquel, y recorrieron las calles con cautela, encabezados por el fuerte Henry, que miraba a quienes se cruzaban con una mezcla de precaución y amenaza.

Así llegaron a la dirección indicada y, como le había dicho Doris, se encontraron ante las puertas de un burdel.

—Puedo entrar yo y preguntar por esa amiga tuya —⁠se había ofrecido el muchacho.

—Quiero hacerlo yo misma —le contestó Roxanne, agradecida⁠—, ya os habéis implicado bastante.

Doris la tomó del codo antes de que entrara.

—Ándese con cuidado —le dijo en voz baja, para que su pretendiente no escuchara el tono de respeto⁠—. Ahí dentro nadie es de fiar. Y si no sale pronto, Henry entrará a buscarla.

Ella la tranquilizó con una sonrisa, y franqueó la puerta tras detenerse un instante en el umbral.

La oscura tenebrosidad del exterior se tornaba en una triste opulencia una vez dentro. Aquello poco tenía que ver con la casa de madame Camille, donde daba la impresión de estar en la cómoda residencia de un burgués. En aquella casucha, las cortinas de terciopelo pretendían ser lujosas, pero solo estaban sucias y ajadas, y las velas que alumbraban el ambiente eran de tan mala calidad



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